Soberanía en Al-Andalus: califas, emires y reyes

La principal función del soberano en la sociedad islámica es la de imán, termino que significa “guía o líder” y se guía por las normas doctrinales del Islam, actuando como delegado o califa (jalifa). El título de califa tardó en ser adoptado por los gobernantes omeyas de Al-Andalus, entre ellos Abd al-Rahman I que no llegó a serlo pero sí su sucesor Abd al-Raham III. Un año antes sufriría el ataque de grupos shií extremistas, los cármatas y los fatimíes, quienes pusieron en duda el poder de los abbasíes debido a la incapacidad de defender los lugares santos del Islam. Sería por su culpa la ruptura de la unidad del califato, la cual restablecería Abd al-Raham III gracias a un gobierno renovador tanto religioso como político. Fue en el año 929 cuando se proclama califa con el titulo de: príncipe de los creyentes.


Su sucesor, al-Hákam II sería recordado por ser mecenas de la cultura; mientras que el tercer califa Hisham II sólo recibiría comentarios negativos. Este gobernó durante un corto periodo de tiempo debido a su temprana edad y su falta de lucidez dejando el poder en mano de un poderoso hombre llamado Almanzor y la descendencia amirí. Posteriormente sería taifas1031nombrado califa Abd al-Raham el Sanchuelo (nombre dado por su madre que era una esclava gascona), y sería su ambición la que acabó con el equilibrio que había conseguido Almanzor años atrás, provocando así un periodo de guerras civiles que fragmentaron Al-Andalus en reinos independientes de taifas y que acabaron aboliendo el califato omeya en el año 1031.

Durante este periodo de guerra surgió el califato hammudí (de la rama idirisí) cuyo fundador Idris I tuvo que escapar de las persecución de los abbasíes, encontrando refugio en los beréberes del Magreb extremo, la actual Marruecos, y gobernando así las distintas regiones de la zona y absorbiendo la cultura beréber. En 1016 Alí al-Nasir se proclamó califa de Córdoba pero la sociedad andalusí nunca aceptó una dinastía asociada a los beréberes consiguiendo que desapareciera a mitad del siglos XI.

Algunos reyes de taifa legitimaron su gobierno en el califa abbasí de Bagdad como imam o siervo de Dios; pero los almorávides no aceptaban la figura del califa y solicitaban que éstos fuesen delegados o emires de los musulmanes. Por otro lado, los almohadas se proclamaron califas cuyo fundador del movimiento fue el beréber Masmuda Ibn Tumart quien murió sin descendencia, dejando el poder a un seguidor próximo: Abd al-Mu´min quien se proclamó príncipe de los creyentes (califa) tras la conquista de Marrakech y Al-Andalus junto a Córdoba, capital del califato omeya.

Sus sucesores, como al-Mansur, siguieron llamándose califas por su victoria sobre los cristianos en Alarcos en 1195. Con la conquista de Marrakech por la dinastía meriní, el califato almohade se extinguió en el año 1269. Su incapacidad de parar el avance cristiano provocó rebeliones lideradas por Ibn Hud quien proclamó su adhesión al califato abbasí juntando de nuevo Al-Andalus al califa sunní.

Durante el reinado nazarí, éstos reconocieron el califato hafsí de Túnez, heredero de los almohades, quien intentó varias veces proclamar a los nazaríes como califas. Pero tras la caída del último emir nazarí Boadbil y con la conquista cristiana de Granada por parte de los Reyes Católicos, los musulmanes de la península ibérica quedaron sometidos.

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Rendición de Granada, Francisco Pradilla (1882), Palacio del Senado de Madrid

A pesar de la abolición del califato omeya de Córdoba, la figura de autoridad califal no se perdió si no que el poder ahora recaía en los reyes o malik. Este término se utilizaba para los rebeldes contra el poder central de Córdoba en el siglo XI, refiriéndose a los reyes de taifas que tenían distintas procedencias:

  • Los Jefes tribales beréberes quienes aprovecharon la fuerza militar de sus aliados para construir reinos como Arcos, Morón, Carmona y Ronda, pero los más famosos son los ziríes quienes se hicieron con el poder de Granada con la Dinastía Zirí a manos de Abd Allah.
  • Los Andaluces como Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla porque fueron establecidos por miembros de linajes y tribus árabes o beréberes que llevaban mucho tiempo en Al-Andalus. La más importante fue la dinastía de los Abbadíes de Sevilla que con su expansión consiguió reinos cercanos y en poco tiempo se hicieron con el gobierno de Córdoba y Murcia, reforzando así su legitimidad con el mecenazgo y cultura árabe.
  • Las Taifas de Eslavos, fundados por esclavos (saqaliba) servidores de los amiríes. A estas pertenecería Almería donde se hicieron con el poder, pero destaca Muyahid de Dénia que desde 1009 tuvo una política expansionista marítima con la que conquistaría Baleares.

Los reyes de taifas buscaban reforzar su legitimidad en títulos ya que sus territorios eran menores; gozaron de una estabilidad entre ellos y para compensar la debilidad militar impusieron el pago de tributos o parias a los cristianos. Además, renunciaban a cumplir con el deber de la yihad por lo que se alejaba del sistema normativo islámico, la sharia. En cambio, los almorávides que se encontraban en la península legitimaban su poder en el estricto cumplimiento de estas normas. Durante su periodo de gobierno era necesaria la presencia de nuevas autoridades religiosas, una muy importante eran los santos o sufíes que estaban en contacto directo con la divinidad. Su poder quedó legitimado tras no haber frenado el avance cristiano y su forma de política fiscal, acrecentando el rechazo por parte de los andalusíes.

Con la descomposición del imperio serían los cadíes, considerados jueces, quienes se hicieron con el poder, figura que se imponía en momentos de crisis y que tenían tanta legitimación política como religiosa. Pero fracasaron en la creación de ejércitos estables y duraderos, por lo que el poder pasaría a manos de líderes militares que no se afianzarían en el poder frente a ataques externos. Lo mismo le ocurriría al imperio almohade, cuyo poder pasaría a manos de miembros de familias con autoridad e intentarían mantener el poder político en la península. Una figura importante fue Ibn al-Ahmar, fundador del emirato nazarí.

El deterioro de la figura del califa planteaba la legitimidad de figuras sustitutorias: emir, rey o sultán. Pero la idea de que la comunidad musulmana debía ser gobernada por un único califa con poder universal quedó fijada en la tradición islámica. El absolutismo se vería modificado por la necesidad de justificar un gobierno aunque nunca tendrían la importancia del califa.

El cambio dinástico inestable hizo pensar a los juristas o ulemas un cambio: el Orden, que el orden sustituyese a la anarquía. De esta manera, el califato dejó de considerarse una autoridad y pasó a ser una institución legitimadora de derechos para aquellas personas poseedoras de poder militar las cuales debían reconocer la sharia. Así el gobernante es responsable solo ante Dios y antes su propia conciencia por su forma de gobernar, y debe ser la comunidad la que lo obedezca para crear un equilibrio social.

Bibliografía: Fiero, Maribel: Atlas Ilustrado de la España musulmana. Ed. Susaeta, Madrid


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